Julián Sánchez – Con el año nuevo, llegan los
primeros buenos propósitos: dejar de fumar, perder peso, llamar más a los que
no vemos, empezar a estudiar/trabajar en algo nuevo… e ir al gimnasio! Buenas
intenciones que, según va pasando el año, algunas quedan en el olvido; otras
cogen fuerza a medida que pasan los días, y de ahí aparecen de nuevas.
Vamos a centrarnos en qué pasa con el propósito de
ir al gimnasio. Creo que tod@s hemos pasado por ahí, por esa primera vez, a no
ser que vengamos ya de una familia o entorno muy dedicados al deporte. Y más o
menos, la cosa discurre de este modo:
Primer paso: decisión. “De esta vez, no pasa, me
apunto al gimnasio!” Es un buen comienzo. Tomamos una determinación firme tras
ver que hemos ganado unos quilos después de fiestas (o antes), que todo el
mundo se ha vuelto loco por el running, el spinning , el zumba, … Así que vamos
a ello!
Segundo paso: a qué gimnasio
me apunto. Supongo que,
la mayoría, tenemos acceso a varias instalaciones deportivas que nos ofrecen
múltiples servicios. Si no sabemos lo que vamos a hacer, nos apuntaremos al
gimnasio que tenga de todo: sala de fitness (vulgarmente llamada, sala de pesas
y “donde están las máquinas de correr”), clases dirigidas, zumba, judo, defensa
personal femenina, spinning, bailes de salon … y escogeremos una cuota en
función de las actividades que queremos hacer (si es posible) o pagaremos por
todo junto. También existen esas cuotas según los días que vayamos a ir que, al
principio, van a ser todos los de la semana.
Tercer paso: ya tengo gimnasio ( Kata Centro, por
supuesto). Tengo que comprarme ropa. Nos dirigimos a la gran superficie que
todos tenemos más a mano y que más fácil y económico nos pone esto de hacer
deporte, y nos compramos: las zapatillas más chillonas, unos pantalones de
deporte (da igual la modalidad), unas camisetas que valen para todo y unos
calcetines, de esos de aquél montón. Y nos dirigimos felizmente a la caja para
pagar.
Bien, ya tenemos el pack del deportista al completo.
Bueno, nos falta una cosa. Alguno de nuestros conocidos que suele salir a
correr, lleva un reloj del que no deja de hablar y enseñarnos, que le marca las
pulsaciones y no sé qué más. Así que dejamos la cola de caja y nos vamos a
buscar un pulsómetro, el más simple, porque “sólo con que me marque las
pulsaciones, ya me basta”. Ahora sí! Ya somos unos deportistas!
Con todo esto, llega el domingo por la noche y nos
disponemos a hacer la bolsa, porque al día siguiente empezamos a ir al
gimnasio. El lunes por la tarde, aparecemos por primera vez en nuestro centro.
Después de cambiarnos y de pelearnos con la taquilla porque ni se abre ni
conseguimos saber cómo se cierra (hasta que alguien, amablemente nos saca del
apuro), salimos al ruedo. Nos presentamos en la sala de máquinas o sala de fitness,
que queda más guay, y empezamos a estresarnos, porque no sabemos por dónde
empezar. Si conseguimos mantener la calma, nos dirigimos a una de las personas
que parece ser la encargada y le indicamos en voz baja, que es nuestro primer
día. El monitor o monitora, se crece y empieza a mostrarnos todo un circuito de
máquinas que debemos hacer, con sus repeticiones y nos habla de series, nos
corrige la postura, nos pone peso, nos quita peso, … y nos deja ahí, a merced
de los hierros y poleas.
Nos cuesta trabajo recordar el orden del circuito,
pero lo que sí sabemos, es que teníamos que empezar por la máquina de correr. Y
ahí vamos. Nos subimos y empezamos a darle a todos los botones, hasta que
aquello se empieza a mover. Cuando conseguimos seleccionar una velocidad
adecuada (que al principio es mucho más rápida de lo que nuestras piernas
pueden llegar a correr), nos damos cuenta de que no hemos puesto nuestro
pulsómetro en marcha. Y empezamos a darle a todos los botones (porque no nos
hemos leído las instrucciones), y como el trasto sólo hace que pitar, decidimos
apagarlo, porque ya notamos la mirada del monitor en nuestra espalda… Al cabo de diez agónicos minutos, bajamos de
la cinta sudando y sedientos, por lo que nos fijamos que muchos de los que
están en la sala, llevan una botellita
con unos líquidos de colores. –Nota mental: hay que comprarse una botellita de
sabores-
Vamos utilizando las máquinas con más o menos
destreza, y de pronto, irrumpen en la sala un grupo de gente sudorosa y muy animada:
los de las clases dirigidas. Como ya llevamos rato en la sala de fitness,
decidimos que ya está bien por hoy y vamos a ver qué es eso de las clases
dirigidas. Hay un montón de salas: una con bicicletas estáticas (clase de
spinning, o cycling o aero-cardio-pump-loquesea en bici…); otras que en la
puerta pone “bodypump” (o aero-cardio-loquesea-pump), “kickbox” (aero-cardio…)…
y un sinfín de nombres extraños con
música estridente y de alto volumen, con monitor@s gritando y animando a la
gente a sudar… Y decidimos que el día siguiente probamos una de esas.
Al día siguiente… no vamos al gimnasio. Porque no
nos podemos mover de agujetas. Y así pasamos tres días, hasta que por fin,
podemos volver a ir. Y el proceso es el mismo, hasta que pasa un mes. Febrero y
marzo son meses duros para ir al gimnasio, por el frío. Así que lo pisamos bien
poco… Pero llega abril y, con él se acerca el verano y la sombra de la
“operación bikini” empieza a acecharnos. Así que nos ponemos las pilas y, después
de volver a pasar por las dichosas agujetas, ya somos asiduos durante un mes
más. Y en este mes, lo hemos probado todo, y nos hemos ido metiendo en el mundo
del deporte. Poco a poco, conocemos a gente que nos cuenta sus experiencias y
nos volvemos expert@s.
De las bambas chillonas y baratas, pasamos a saber
si somos pronadores, neutros o supinadores, y ya tenemos dos pares de
zapatillas caras (unas de asfalto y otras de trail); zapatillas con calas para
spinning; ropa para ciclismo, ropa para las clases dirigidas, ropa de
compresión para hacer fitness; dominamos el tema de isotónicos y
suplementación; y, cómo no, nos hemos gastado parte de nuestro sueldo en un
súper reloj-pulsómetro-gps que enseñamos a nuestr@s ami@s y compañer@s que
justo ahora empezarán a hacer deporte. Porque ya ha pasado un año desde que
éramos los novat@s. Nos hemos apuntado a muchas carreras de 10 kilometros, y
estamos barajando la posibilidad de hacer una maratón el próximo verano, que
casualmente coincide con las vacaciones familiares. En nuestros encuentros con
amigos y familia, siempre sale el tema del deporte. Y ahora nos levantamos más
pronto los fines de semana que durante la semana, porque hemos quedado para
salir a correr (o en bici, o nadar, o…). En resumen, que el deporte ha cambiado
nuestra vida, y esperamos que sea para mejor. Año nuevo, vida nueva.
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