Gimnasio Kata

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sábado, 16 de marzo de 2013

Judo. Entrenamiento del viernes






La importancia de un buen Uke

Habitualmente en los entrenamientos, estamos muy pendientes de aprender y mejorar nuestra técnica, pero suele quedar supeditado a nuestros momentos como Tori, mientras que, de manera habitual, conectamos el piloto automático en el momento en que tenemos que estar de Uke (aunque algunas veces dejamos el piloto automático fijo para el resto del entrenamiento).

No somos realmente conscientes de que nuestra mejora depende directamente de lo que se implique el Uke con el que estamos entrenando; es decir, el riesgo de caer en la autocomplaciencia es mayor cuanto menos se implique nuestro Uke.

Este pensamiento me lleva a otro directamente: ¿deberiamos entrenar siempre con el mismo Uke?

Pues hombre, para mi gusto, sí y no.

Es decir, entrenar con un compañero con quien estamos a gusto nos permite avanzar más rápido y tener un tiempo de adaptación a la técnica menor; entrenar con una persona aleatoria pero con la que no encajamos (por la razón que sea) nos puede hacer pasar la mitad del entrenamiento discutiendo por la forma de hacer las cosas. Por otro lado, si el compañero se adapta a nuestros defectos, es probable que no los percibamos, y sigamos manteniendo los errores años y años.

El buen Uke es aquel que nos fuerza dejándonos aprender. Aquel que nos hace estar alerta, poniendo la resistencia necesaria para que aprendamos bien la técnica sin frustrarnos pero sin autocomplacernos. En mi caso me ha sucedido que tras haber hecho multitud de veces una técnica de luxación sin “problemas”, me he enfrentado a una persona más corpulenta que yo y me he dado cuenta de que realmente estaba aplicando mal la técnica. El Uke mecánico se había dejado hacer la técnica por lo que había aprendido “mecánicamente” a hacer mal la técnica.

Resumiendo y desde mi posición de absoluto ignorante en la materia (lo cual es una paradoja porque no debería tener ni siquiera una opinión), podríamos llegar a tomar al Uke como nuestro instructor personal, aquel que se fija en nuestros defectos y potencia nuestra virtudes; aquel que nos intenta dar a conocer nuestros puntos descubiertos y quien intenta pillarnos desprevenidos.

Cuando estemos delante de esta persona, nuestro saludo debería ser muy sentido, pues de él depende que aprendamos o no.

Un saludo.


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